LA ORACION DE
JONAS
La novela - capitulo I
Capítulo I
Una Amarga Experiencia en la Guerra
“Everybody, wake up!” Alguien gritó por los altoparlantes.
Inmediatamente Jonathan abrió sus ojos y trató de poner sus
pensamientos en orden. Al principio
creyó que todavía se encontraba en medio de la pesadilla, pero pronto realizó
que se encontraba en Vietnam, cuando de los mismos altoparlantes oyó un locutor
de radio que decía:
“Good morning, Vietnam”
Cientos de
soldados corrieron hacia una gran formación.
Algunos recién llegados, como Jonathan, otros aguardando órdenes a ser
asignados en alguna zona de combate.
Cada mañana
un sargento subía a una alta plataforma movible para leer el número de serie de
aquellos que habrían de salir para sus respectivas compañías asignadas; el
número de serie de Jonathan no fue llamado aquella mañana.
La
formación no se había disuelto todavía, cuando los nombres de Jonathan y Danny,
junto a otros soldados más, fueron llamados, al azar, para una guardia en el
perímetro de la ciudad.
Mientras
allá se dirigían, pasaron por en medio de las atestadas calles de la ciudad y
ya, fuera de la ciudad, cruzaron arrozales con hombres y mujeres, con el agua
hasta las rodillas sembrando arroz. Un
niño caminando con un búfalo de agua, tomado por una soga corta, se les quedó
mirando fijamente y más allá se podían ver la espesa vegetación de las oscuras
y profundas selvas.
El helicóptero que los llevó hasta allí y los había
dejado en medio de aquel paraje solitario ya se había remontado por los aires
envuelto en una nube de polvo y tronando un ensordecedor ruido. A toda prisa se alejó de aquel lugar, como
presagiando lo cercano de un inminente peligro.
Jonathan, Danny y Louis se habían quedado solos
platicando sobre sus planes cuando salieran de la guerra. Media hora más tarde Louis se había ido a
descansar al bunker hasta el próximo turno, mientras que Jonathan y Danny
hacían la primera guardia de dos horas de duración. El sol había sido candente durante todo el
día, pero ya, a esa hora del día una brisa suave y procedente del sur y
haciendo ondulaciones en los arrozales, refrescaba el ambiente.
Detrás de las montañas, que en el horizonte se veían,
el sol se hundía cada vez más en el firmamento dejando un resplandor anaranjado
semejante a un dantesco infierno. Pronto
las sombras de la noche comenzaron a extender su negro manto sobre la espesura
del bosque y una mirada de honda preocupación se le veía dibujada en el rostro
a Danny, cuando el rugir de los cañonazos se oía más cerca.
Mientras Jonathan le comunicaba cierta preocupación a
Danny, a la misma vez se oyó un silbido que aumentaba en intensidad. Jonathan sólo alcanzó a ver la estela de
fuego que con dirección hacia donde se encontraban venía. Casi no le dio tiempo a refugiarse en el
bunker. De tal magnitud fue aquella
explosión que Jonathan sintió como si la tierra se hubiera abierto bajo sus
pies. Un fuerte grito le pegó a Danny
quien, en esos precisos momentos, hacía un sobrehumano esfuerzo por levantarse,
pero la próxima explosión, más potente aún que la primera, ahogó el grito. Tan cerca cayó que una nube de polvo, de
fragmentos, tierra y piedras llovió sobre el bunker. El radio operador, con una expresión de
terror y espanto en el rostro, pedía ayuda.
Afuera del bunker Jonathan oía los lastimeros gritos de Danny pidiendo
auxilio y, como guiado por un instinto primario de solidaridad, corriendo del
bunker salió a socorrerlo. Se dobló
sobre el cuerpo que, con movimientos arrítmicos, convulsionaba en el
suelo. Trató de levantarlo para
echárselo sobre sus espaldas y llevarlo a salvo, pero la mano se hundió en una
masa de carne y sangre caliente. Un
fragmento de aquella mortífera bomba prácticamente le había destrozado parte de
la espalda.
Con gran desesperación lo vio cuando inclinó la cabeza
a su derecha y musitando, quién sabe qué palabras, Danny en los brazos de
Jonathan expiró. Jonathan, desesperado, le gritaba y le daba puños en el pecho para
que reaccionara. Una náusea seca y un
sudor frío le sobrevinieron a Jonathan y al ver que todo esfuerzo por
sobrevivir a Danny era inútil,
desesperanzado comenzó a lamentarse sobre él. A través del sudor y las lágrimas que la
visión borraba vio aquellos ojos vidriosos mirando hacia un punto lejano en el
espacio que sólo los que pasan por ese “valle de sombra y de muerte” pueden
conocer.
Aquellos escasos segundos bastaron para sumergir a
Jonathan en una especie de visión en la que se fusionaban la luz y la sombra,
lo real y lo fantástico. En medio de
aquella neblina de humo y el fuerte olor a pólvora apenas podía distinguir el
rostro de Danny, tiznado con sudor, sangre y polvo.
Tenía sus manos
tendidas a ambos lados, crispados sus dedos en un movimiento
involuntario, como para asirse, quizás, a algo; como para detener el último
aliento que se le escapaba. Los ojos
fijos y vidriosos parecían mirar a través de Jonathan hacia la nada. Era una mirada que salía de unos ojos fríos,
lúgubres e imperturbables. Era una
mirada que parecía reunir todas las cosas, todas las ideas, todos los
pensamientos en un punto en el tiempo y el espacio y que sólo conocen los
mortales, aquellos que han pasado al otro lado de sus cortas existencias aquí,
en la tierra de los vivientes.
No oía a los compañeros que desde el bunker le
gritaban para que se pusiese a salvo.
Tampoco oía el constante tableteo de una Ak-47 que del bosque escupía
fuego, ni tampoco el chasquido de las balas que contra la tierra, cerca de él,
chocaban. Tampoco oía el ensordecedor
ruido del motor, ni el torbellino de viento y polvo que al agitar la tierra con
sus hélices, el helicóptero de ataque Cobra, produjera. No veía las sendas bolas de fuego que en la
negrura de la noche se elevaban por los aires; ni tampoco sentía el
estremecimiento de la tierra al impacto de aquellas mortíferas bombas. No oía el ruido de los árboles que con el
impacto de las bombas se desgajaban; ni tampoco el fuerte olor a pólvora, a
tierra, a humo y a sangre hacían que Jonathan se separara de Danny, de aquella
víctima de las guerras y los enconados odios que los hombres, unos a los otros,
se prodigan acá en la tierra de los vivientes.
Los
compañeros salieron corriendo del bunker y arrastraron a Jonathan hasta ponerlo
a salvo. Todo quedó en calma y pasaron
minutos que a Jonathan le parecieron años; hasta que se oyó el ruido de las
aspas y el motor de aquel enorme aparato que en el suelo se posó. Una enorme metralleta, M-60, asomaba de su
costado, mientras que los paramédicos portando una camilla, corrían a toda
prisa hasta donde estaba tendida la víctima.
En una bolsa plástica lo metieron y corriendo llegaron hasta el
helicóptero que, con el motor encendido y las aspas a toda velocidad dando
vueltas, esperaba por la fatal carga. A
la señal del “gunner” todos salieron corriendo del bunker. A toda prisa abordaron y en un remolino de
viento y una inmensa polvareda, a toda prisa, aquella gigantesca nave se
remontó por los aires llevando el dolor y la muerte metida en sus entrañas.
***
Había
llegado al campamento con el dolor y la angustia a cuestas. Un nudo le apretaba la garganta y no le
dejaba comer ni descansar; tampoco aquel rostro de Danny, pálido, de mirada
vidriosa, fría y desenfocada.
Sentía
unas ganas inmensas de llorar, de esconderse
en algún rincón donde nadie lo viera y allí darle riendas sueltas a
aquel volcán de pena y desilusión que, como un gran incendio, se desataba en su
interior.
¡Ojalá mi cabeza fuera un
manantial, y mis ojos Una fuente de lágrimas, para llorar de día y de noche por
los muertos de mi pueblo! Jeremías 9:1
Por la
noche no pudo conciliar el sueño debido a las horribles experiencias
recientemente experimentadas. Las constantes explosiones que a lo lejos aún se
oían; las expresiones en los rostros de sus compañeros aterrorizados por el
miedo y desencajados por la aproximación de una muerte segura, no lo dejaban
dormir. También el rostro de Danny, sin expresión
alguna, mirando a través de la nada; y aquella lúgubre y amarillenta luz de una
bombilla que del cable con el viento se columpiaba.
De pronto,
de la nada salió volando una mariposita, de esas que salen de noche buscando la
luz. La vio cuando comenzó a volar en
círculos concéntricos, cada vez más, acercándose a la luz procedente de la
bombilla. Jonathan sintió cierta envidia
de ella. Parecía saltar de alegría por haber experimentado el proceso de la
metamorfosis; de un simple gusanillo arrastrándose por el suelo, a la libertad
sin límites que sus pequeñas alas le proporcionaban de volar. La vio extasiada en aquél gozo de libertad
infinita. En cada círculo que hacía en
su vuelo, como disfrutando del placer en una danza báquica, se fue acercando,
cada vez más, a la candente bombilla y al querer embriagarse de la luz que de
ella emanaba, con sus alas la rozó y por lo intenso del calor al suelo cayó
calcinada.
Jonathan se
oyó a sí mismo decir: ¡Sabes qué, Jonathan, tú, al igual que esa mariposita,
también tú, un día querías, atraído por las luces fatuas que este mundo te
ofrecía; irte a disfrutar de una libertad sin límites, sin fronteras, ni reglas y sin leyes a
seguir. También tú, un día saliste
atraído por las luces brillantes de los anuncios de neón a colores y caíste
atrapado en este candente infierno de las selvas de Vietnam.
Todo aquel
espectáculo recién experimentado, de muerte, dolor y desolación le oprimía el
espíritu, el alma, o lo que sea y no lo dejaban encontrar el reposo que
necesitaba. Despierto lo mantuvo toda
aquella noche hasta que en mil colores distintos el alba se encendió,
anunciando un nuevo y triste día en las profundidades de las selvas de Vietnam.
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